ADIÓS, MALHUMOR


— ¿Puedes dejar de comportarte como si estuvieras en la calle andando solo y esperarme un segundo? —dije casi gritando para que me escuchase. Él había comenzado a andar a paso ligero y yo, que a parte de lenta, me había despistado un segundo contemplando unos girasoles, me había quedado muy atrás.

—       ¿No ves que quiero estar solo? —dijo mientras, a mala gana por mi protesta, se paraba un poco a esperarme— Ya ha pasado un segundo.

—       Qué gracioso eres, incluso cuando no estás de humor para hacer bromas —le dije sonriendo un poco—Y sí, imagino que quieres estar solo, pero ¿no ves que no lo estás porque estoy yo aquí todavía? —le respondí finalmente.

—       Ya, pero puedes irte, eh —pronunció tajante. En ese momento mi sonrisa desapareció para acentuar más mi ceño fruncido. Él soltó un suspiro al mirarme— Deja de arrugar la frente.

—       Primero: no me voy a ir —le dije mientras suavizaba mi expresión por su comentario— y segundo: deja de estar con un humor de perros. No es justo que lo pagues conmigo, ¿no te parece?

—       Mira, Carol, no estoy de humor para aguantar también tus sermones.

—       Ya veo que no estás de humor—pensé aunque se pudo deducir en mi cara—. No era un sermón, Diego. De verdad.


Y se limitó a suspirar como intentando alejar las palabras que iba a utilizar en respuesta. Era de lo que no había. Siempre quería tener la última palabra. Era imposible ganarle en una discusión y si lo conseguías, era porque estaba demasiado absorto en sus cosas o porque rebosaba felicidad.


—       ¿Me vas a contar qué te pasa, mi pequeño malhumorado? —le susurré al acercarme a él y abrazarle con cuidado.

—       Ay, Carol —protestó mientras me correspondía el abrazo— Sabes que no me gusta hablar de mis cosas.

—       Pues vas a tener que hablar o me quedaré aquí pegada como una lapa —dije con tono de niña pequeña.

—       Tampoco te creas que eso me va a importar mucho —rió tras decirlo.

—       Uy que no... —sonreí— Ya verás dentro de un rato que empiece a hacer calor —solté mirando hacia arriba para encontrarme con sus ojos.

—       Pues te meteré en la ducha conmigo —dijo poniendo una sonrisa maliciosa.

—       ¡Pervertido! —dije separándome para pegarle flojito en el hombro.

—       Yo en ningún momento he dicho que te vaya a meter sin ropa o algo por el estilo. La que pensaste mal, fuiste tú —se rió llevando sus manos al encuentro con las mías— Eres tonta, en serio, pero ¿sabes una cosa?

—       ¿Qué? —le dije sonrojada y aguantándome la risa por lo que había pensado que eran sus intenciones.

—       Que te quiero mucho —y me empujó hacia sí, para darme uno de esos besos que tanto amaba.


1 comentario:

  1. Que bonito el texto, muchas veces el mal humor lo pagamos con gente equivocada, ojalá siempre nos sacasen una sonrisa de esta manera ;)
    Besos!

    ResponderEliminar