ADIÓS, MALHUMOR


— ¿Puedes dejar de comportarte como si estuvieras en la calle andando solo y esperarme un segundo? —dije casi gritando para que me escuchase. Él había comenzado a andar a paso ligero y yo, que a parte de lenta, me había despistado un segundo contemplando unos girasoles, me había quedado muy atrás.

—       ¿No ves que quiero estar solo? —dijo mientras, a mala gana por mi protesta, se paraba un poco a esperarme— Ya ha pasado un segundo.

—       Qué gracioso eres, incluso cuando no estás de humor para hacer bromas —le dije sonriendo un poco—Y sí, imagino que quieres estar solo, pero ¿no ves que no lo estás porque estoy yo aquí todavía? —le respondí finalmente.

—       Ya, pero puedes irte, eh —pronunció tajante. En ese momento mi sonrisa desapareció para acentuar más mi ceño fruncido. Él soltó un suspiro al mirarme— Deja de arrugar la frente.

—       Primero: no me voy a ir —le dije mientras suavizaba mi expresión por su comentario— y segundo: deja de estar con un humor de perros. No es justo que lo pagues conmigo, ¿no te parece?

—       Mira, Carol, no estoy de humor para aguantar también tus sermones.

—       Ya veo que no estás de humor—pensé aunque se pudo deducir en mi cara—. No era un sermón, Diego. De verdad.