LIBRO: ''AMMSP'' [CAPÍTULO 2]


II

Llegué con las pulsaciones a mil por hora. No sabía que estaba en tan baja forma.
Aunque quizás tanta agitación se debía a que mi casa estaba más lejos de lo que creía y habría que sumarle el desconcierto y preocupación por la despedida tan fría de Leo. Y es que, realmente, ¿qué era lo que sabía de él?
                Mi mente rápidamente hizo uso de todos sus recuerdos.
Desde Septiembre, mes en el que lo conocí, habían pasado cuatro meses, intensos.
                Recuerdo perfectamente ese día como si hubiese sido ayer mismo…

—Celia, ¿para qué necesitas tantísimo tiempo el baño? —dijo mi padre mientras aporreaba la puerta.
—¿Y para qué tienes tu baño, papá? ¿No escuchas que me estoy secando el pelo? Necesito mi tiempo —respondí malhumorada.
—Mi baño está ocupado. Tu madre está bañando a tu hermana. ¿Puedes salir, por favor? Y deja tu mal humor a un lado —volvió a insistir, golpeando la puerta de nuevo. Resoplé y abrí, ante su insistencia.
—¡Qué suplicio! —contesté mientras salía— Ni los buenos días, dais en esta casa. Sólo gritos y más gritos.
—Buenos días —dijeron mis padres a coro, respondiendo a mis palabras de queja.
—Nos días —les siguió mi hermanita Alicia.
                No pude evitar reír. El mal humor no me duró ni cinco minutos. Familia gritona, pero la mejor familia existente. Eso sí.

LIBRO: ''AMMSP'' [CAPÍTULO 1]


I

—Ey, ¿vas a bajar de las nubes, Celia? –dijo mi madre, que a las puertas de mi habitación me miraba sin dar crédito a la expresión de mi cara.
—Sí… perdón mamá, estaba pensando –respondí breve, mientras cambiaba mi expresión y dejaba asomar una sonrisa entre mis labios.
—Hija, últimamente estás muy extraña, –continuó diciendo mientras dejaba una taza de leche caliente sobre mi escritorio lleno de papeles– me gustaría que habláramos sobre lo que te ocurre.
—A buenas horas… –dije susurrando.
—¿Has dicho algo? –respondió al segundo.
—No, mamá, pero no me pasa nada. De verdad. No sé porqué motivo estás tan empeñada en creer que me pasa algo. Estoy perfectamente –sonreí, aunque realmente no fuera eso lo que quería hacer.
—Celia, soy tu madre y te he parido. ¿Crees que no sé que te ocurre algo? Pero está bien cariño, no voy a interrogarte. Sólo quiero que sepas que puedes hablar conmigo –me dijo acariciándome suavemente el pelo.
—Lo sé, mamá, no te preocupes —dije tranquila, aunque por un momento creí que las lágrimas iban a rodar por mis mejillas.

Por suerte eso no ocurrió y mi  madre salió de mi cuarto antes de que, el dolor, hiciese de las suyas. Odiaba esta situación. No soportaba pasarme horas, encerrada en mi cuarto, con recuerdos que sólo provocaban un llanto sin consuelo.
                Leo tenía razón. Al final su amor sí que resultó ser un gran infierno.

''¿QUIERES AYUDARME?'' #NEMINISTERRA

Quizá es un don que sólo tú posees –me dijo seriamente
                Estaba tan cansado de escuchar ese ‘‘beep beep’’ del despertador, que decidí cambiarlo por una canción. Tremendo error cometí. Ahora ‘‘My Baby Takes The Morning Train’’ de Sheena Easton, se había convertido en la canción que más odiaba en el mundo.

Un consejo: Nunca pongáis canciones que os gustan para despertaros.
                Como siempre, la canción empezó a sonar y me desperté. De mal humor, claro.
Ese día se presentaba tranquilo y, a la vez, estresante; sin novedades, sin nada extraño: como siempre. No obstante, si algo había aprendido en mis veinte años y gracias a los consejos de mi abuela, era que no debía fiarme de los días que aparentaban ser iguales que el anterior.
                Desayuné rápidamente y me metí en la ducha, con la esperanza de que el agua tibia me relajara y consiguiera que mi mal humor me concediera una tregua. Empecé a cantar, mientras me lavaba el pelo. Nada podía interrumpir esos diez minutos de relax y concierto, nada excepto una voz de mujer que parecía pedir ayuda.
                He de decir que me asusté. Vivía solo y nadie tenía llaves de mi apartamento, ni siquiera mi madre. Cerré el grifo de la ducha y, cuando estaba apunto de salir, me di cuenta de que la voz no venía de fuera del baño, sino del otro lado de la pared.
                Acerqué mi oreja y me dispuse a escuchar. Nada. No había respuesta al otro lado. Di unos golpecitos para ver si, así, esa chica me respondía o se dignaba a hablar, pero de nuevo: silencio;  no se oía más que el agua que goteaba del grifo recién cerrado.
                 Pensando que era un idiota y que me lo había imaginado todo, volví a abrir el grifo para terminar de enjuagarme el pelo y los restos de jabón de mi cuerpo. Así hice, pero cuando ni siquiera llevaba unos minutos, volví a escuchar un ‘‘¡Ayúdame!’’ mucho más fuerte, seguido de unos golpes bastante fuertes.
                Me sobresalté y salí corriendo de la ducha. Esa mujer estaba en peligro, al menos eso me parecía y tenía que hacer algo. Me sequé rápidamente el cuerpo, cogí una camiseta y unos pantalones que tenía en la silla de mi habitación y salí de mi apartamento.
                Nunca había hablado con ninguno de mis vecinos, yo que sé, tampoco es que fuera una persona muy sociable, pero algo en mi interior me decía que tenía que ir, sí o sí a la puerta de al lado, la número 43.
                Antes de llamar al timbre, marqué el número de la policía. Simplemente lo hice por si se complicaban las cosas y tenía que pulsar la tecla de llamada. La verdad es que, en ese momento, no pensé que fuese muy peligrosa la situación, sólo me dejé guiar por lo que sentí. Y por el mal rollo que me había dado escuchar esa voz.
                Llamé al timbre varias veces. Tardaban en abrir y comencé a creer, aún más, que alguien estaba en peligro. Apreté el botón de llamada, pero justo cuando la señora del otro lado del teléfono habló, la puerta se abrió. Una chica en camisón, con cara de recién levantada, calmó mis ganas de seguir llamando. Colgué.

Vuelve tú.

¡Mírate!
Mírate, a ver si encuentras a la persona que antes eras.
Por más que yo lo hago, no hay manera.
Tú no eres aquélla que un día eras.
Has cambiado.
De la noche a la mañana, es como si te hubieras esfumado.
Has dejado que unas palabras,
de gente a la que ni importabas,
te cambiaran.
Y mírate, ya no eres nada de lo que antes eras.
Has perdido tu propia esencia.
Ahora es como si llevaras impresa,
la de la sociedad en tus venas.
Pero no es tarde.
Nunca es tarde para cambiar.
Nunca lo es para soñar,
para decir la verdad,
para amar.
Y yo te amo.
Bueno, amaba a la persona que un día eras.
Huiste, pero puedes volver a ser tú.
Sólo tienes que encontrar la manera.

Acabó.


La distancia no iba a ser un problema,
ése era nuestro lema. 
 El amor era fuerte, 
aunque, 
parece,
que no lo suficiente.
¿Es posible que todo 
pueda acabar?
¿Dónde va a parar el amor
que sentimos?
¿Y las cosas que prometimos 
hacer realidad?

No quiero esto,
ésa es mi verdad.

Dijimos que, 
las sonrisas iban a durar,
pero, 
ahora, 
las lágrimas parecen ocupar todo lugar.


Déjame entrar.


¿Dónde estás?
¿Por qué me buscas?
Primero responde a mi pregunta.
Estoy en mi mundo.
¿Y qué haces allí?
Huir.
¿Huir de qué?
De ti.
¿De mí?
Sí, de ti.
¿Por qué?
Porque sé lo que ocurrirá.
¿Qué ocurrirá?
Que dolerá.
¿Dolerá?
Sí.
¿Qué exactamente?
Conocerte,
 quererte y, 
luego, 
perderte.
¿Y por qué crees que me perderás?
Es lo que pasará.
¿Y si te digo que no es verdad?
No te creeré.
¿Acaso eres vidente?
Puede.
No hablas tú, habla el miedo.
¿Qué miedo?
El miedo hacia lo desconocido,
hacia el amor que aún no has tenido,
hacia el cariño que, 
todavía, 
no has recibido.
El miedo a compartir tus horas,
tus minutos y,
tus segundos. 
El miedo a sufrir,
y no llegar a ser feliz.
Puede ser, ¿y qué?
Déjame ayudarte.
Jamás.
¿Por qué?
Porque 
de nada servirá.
Más tarde, 
tú,
te irás.
Éso no pasará.
¿Cómo puedes estar seguro?
No sé cómo, pero lo estoy.
Sólo son palabras.
Palabras que cumpliré.
Nadie puede demostrármelo.
Tampoco que lo pasarás mal. 
Ya.
¿Entonces?
¿Entonces qué?
Déjame entrar en tu mundo.
No puedo.
¿Por qué?
Si dejo que entres en él,
éste ya no me protegerá.
Bueno, 
entonces,
te protegeré yo.
¿De verdad lo harás?
Cada día,
prometido está y,
cumplido,
quedará.


Ya no estás.

Te marchaste sin saber que,
al irte,
mi corazón te seguía.

Te marchaste sin saber que,
yo,
te quería.

Te marchaste,
sin avisar y,
tu partida, 
me dejó totalmente perdida.

Te marchaste,
y no dijiste,
cuando volverías.

Te marchaste,
demasiado rápido,
mi vida.

Te marchaste y,
me cuesta aceptar 
aquélla que ni siquiera
fue una despedida.

Te marchaste y,
hasta las pequeñas cosas,
me hacían recordarte.

Te marchaste,
y no recuerdas que,
un tiempo atrás,
nuestros latidos iban al compás.

Te marchaste y
no me dijiste,
 cómo podía olvidarte.

Te marchaste,
pero, 
a día de hoy,
yo sigo esperándote.