Acabó.


La distancia no iba a ser un problema,
ése era nuestro lema. 
 El amor era fuerte, 
aunque, 
parece,
que no lo suficiente.
¿Es posible que todo 
pueda acabar?
¿Dónde va a parar el amor
que sentimos?
¿Y las cosas que prometimos 
hacer realidad?

No quiero esto,
ésa es mi verdad.

Dijimos que, 
las sonrisas iban a durar,
pero, 
ahora, 
las lágrimas parecen ocupar todo lugar.


Déjame entrar.


¿Dónde estás?
¿Por qué me buscas?
Primero responde a mi pregunta.
Estoy en mi mundo.
¿Y qué haces allí?
Huir.
¿Huir de qué?
De ti.
¿De mí?
Sí, de ti.
¿Por qué?
Porque sé lo que ocurrirá.
¿Qué ocurrirá?
Que dolerá.
¿Dolerá?
Sí.
¿Qué exactamente?
Conocerte,
 quererte y, 
luego, 
perderte.
¿Y por qué crees que me perderás?
Es lo que pasará.
¿Y si te digo que no es verdad?
No te creeré.
¿Acaso eres vidente?
Puede.
No hablas tú, habla el miedo.
¿Qué miedo?
El miedo hacia lo desconocido,
hacia el amor que aún no has tenido,
hacia el cariño que, 
todavía, 
no has recibido.
El miedo a compartir tus horas,
tus minutos y,
tus segundos. 
El miedo a sufrir,
y no llegar a ser feliz.
Puede ser, ¿y qué?
Déjame ayudarte.
Jamás.
¿Por qué?
Porque 
de nada servirá.
Más tarde, 
tú,
te irás.
Éso no pasará.
¿Cómo puedes estar seguro?
No sé cómo, pero lo estoy.
Sólo son palabras.
Palabras que cumpliré.
Nadie puede demostrármelo.
Tampoco que lo pasarás mal. 
Ya.
¿Entonces?
¿Entonces qué?
Déjame entrar en tu mundo.
No puedo.
¿Por qué?
Si dejo que entres en él,
éste ya no me protegerá.
Bueno, 
entonces,
te protegeré yo.
¿De verdad lo harás?
Cada día,
prometido está y,
cumplido,
quedará.


Ya no estás.

Te marchaste sin saber que,
al irte,
mi corazón te seguía.

Te marchaste sin saber que,
yo,
te quería.

Te marchaste,
sin avisar y,
tu partida, 
me dejó totalmente perdida.

Te marchaste,
y no dijiste,
cuando volverías.

Te marchaste,
demasiado rápido,
mi vida.

Te marchaste y,
me cuesta aceptar 
aquélla que ni siquiera
fue una despedida.

Te marchaste y,
hasta las pequeñas cosas,
me hacían recordarte.

Te marchaste,
y no recuerdas que,
un tiempo atrás,
nuestros latidos iban al compás.

Te marchaste y
no me dijiste,
 cómo podía olvidarte.

Te marchaste,
pero, 
a día de hoy,
yo sigo esperándote.