¡Hola, soñadores!
Bueno, aquí os traigo mi relato para el proyecto #NeminisTerra. Toda la información sobre el proyecto, la encontraréis en el blog: http://reivindicando-blogger.blogspot.com.es/ o en @NeminisTerra.
Antes de dejar que leáis mi relato, os quería informar de que el relato anterior al mío, está escrito por @LMDreamerOnly y podéis encontrarlo en: http://milmotivosparapensar.blogspot.com.es/
Pero si ya lo habéis leído y, ahora cuando leáis el mío, os quedáis con ganas de más fantasía, debo informaros de que el día 19 de Septiembre, sí, dentro de dos días, publica su relato @MisoraArosim en su blog: http://explosionesenlacabeza.blogspot.com.es/
Genial, ¿Verdad? Ahora sí, os dejo leer tranquilos. No olvidéis leer los nombres raros de otra forma: Descubrid cómo.
¡Un beso muy grande! ♥
Bueno, aquí os traigo mi relato para el proyecto #NeminisTerra. Toda la información sobre el proyecto, la encontraréis en el blog: http://reivindicando-blogger.blogspot.com.es/ o en @NeminisTerra.
Antes de dejar que leáis mi relato, os quería informar de que el relato anterior al mío, está escrito por @LMDreamerOnly y podéis encontrarlo en: http://milmotivosparapensar.blogspot.com.es/
Pero si ya lo habéis leído y, ahora cuando leáis el mío, os quedáis con ganas de más fantasía, debo informaros de que el día 19 de Septiembre, sí, dentro de dos días, publica su relato @MisoraArosim en su blog: http://explosionesenlacabeza.blogspot.com.es/
Genial, ¿Verdad? Ahora sí, os dejo leer tranquilos. No olvidéis leer los nombres raros de otra forma: Descubrid cómo.
¡Un beso muy grande! ♥
Reinado de
Olbaid
«¡Viva el Rey Olbaid!
Comeremos,
Reiremos,
Huiremos de las lunas.
Volaremos,
Cantaremos,
Trocearemos las penurias.
¡Viva!
¡Viva!»
[Aritnem: Ocurría cada sexto día de vida, aunque ese día fue uno especial.]
El canto de los onreteños se oía retumbar fuera de la puerta del castillo del
Rey Olbaid. Éste, fingiendo estar feliz por oírles, mandaba obsequiarles con
comida y se dedicaba a decirles unas cuantas palabras que, aunque pronunciadas
por un ser despreciable, todos escuchaban como si fuese lo más maravilloso del
mundo.
Tras estas necias palabras, cada uno regresaba a su hogar como si acabase de
ser bendecido por un Dios.
Y era en ese momento, en el que la oscuridad volvía a aflorar en todos los
rincones del reino, cuando la felicidad de Olbaid se manifestaba, pues para él
no había nada más agradable que saber que sólo tenía que soportar las muestras
de amor de sus súbditos una vez.
—Ojala pudiese acabar con ellos
hoy mismo. ¿Por qué no podemos hacer eso, Aritnem? –gritó en su alcoba, mirando
con dureza a su mujer, mientras se estrujaba la cara con sus sucias y alargadas
manos.
—Si hicieras eso, las dos lunas
acabarían contigo –dijo apaciguadamente Aritnem, nerviosa, agarrando los
hombros de su marido y echándole un betún aromático por los hombros.– Otra vez
te están saliendo grietas en el cuerpo. ¡Debes tener cuidado y alterarte menos!
–le replicó aunque controlando su tono de voz.
—¡Aparta! – le espetó mientras se
levantaba de su sillón hecho de minerales brillantes y corazones de colibrís–
¡Las lunas no me importan! ¡Soy más poderoso que ellas! –pronunció mirando a
través de uno de los ventanales que dejaban entrever la luz de éstas– Podría
utilizar el polvo de todos los habitantes de Onrete para acabar con ellas y con
todo lo que me repugna: Las flores, los animales, el agua…
¿Cuándo va a entender todo el mundo que sólo necesito este castillo y este
estúpido betún aromático para ser feliz? –dijo al fin dejándose caer en su cama.
La reina no decía nada porque no hacía falta. Los latidos de su corazón se
aceleraban por el sentimiento de odio que crecía aún más en su interior. Olbaid
ya no era quien era, pero sólo la reina sabía aquello.
Aritnem, decidió que lo mejor para calmar su ánimo, sería ir a dar un paseo por
el bosque de Onrete. Sin embargo, conociendo al actual rey Olbaid, no podría
irse tan fácilmente. Por ello recurrió al betún del sueño. No necesitó mucho
ingenio para utilizarlo, pues como antes el rey se había puesto de esa manera y
no se había dejado rociar con el aromático que era además curativo, ahora ella
podía utilizar la excusa de querer curarlo para un fin mucho mejor.
Así hizo. El rey demasiado agotado para negarse u olisquear qué betún le
echaba, se dejó masajear por las dulces y brillantes manos de la reina en quien
ya confiaba casi plenamente. Aritnem, al verle así, tan indefenso, recordaba
los momentos felices de su vida junto al antiguo Olbaid; recordaba cuando él
era un joven onretaño que le componía canciones al son de las lunas, cuando la
llevaba a bailes, cuando volvía con mágicas estrellas que dejaba en su ventana…
En definitiva, cuando la maldición no le había desbocado.
Sintió nostalgia porque ahora vivía con un monstruo que no era realmente su
Olbaid. Con quien no era feliz y de quien no podía huir.
A su mente instantáneamente regresó el recuerdo del día exacto en que la maldición
apareció en Onrete y lo cambió absolutamente todo:
Se imaginó a ella misma viendo las hermosas flores de oiril que antes
abundaban por el reino, recreó el aroma a bondad y amor que éstas desprendían;
recordó también su pelo naranja cayendo por sus hombros desnudos y
encontrándose más tarde con su largo vestido verde, del cual casi nunca se
despojaba por ser un regalo de las mismísimas mariposas Arux. Al volver en sí
durante unos segundos y tocar su, ahora, corto pelo marrón que ya no desprendía
ningún brillo, se entristeció. Volvió a cerrar los ojos para quedarse un rato
más inspirando el aire a felicidad que lo ocupaba todo en su recuerdo. Se vio
de niña, recolectando hojas de oiril que más tarde eran llevadas a los magos
del reino para crear bellas Arux y más seres; volvió a pensar en cada uno de
los pequeños árboles cuenta-cuentos que crecían bajo sus pies desnudos mientras
corría por la rosada hierba que llevaba años envolviendo su hogar. Por un
momento recreó toda su vida, todos sus momentos dignos de ser recordados con
una enorme sonrisa en los labios. Pero pasó lo inevitable y es que ni en sus
recuerdos más felices podía librarse de uno de los días más terroríficos de su
vida.
Su semblante, al observar el cielo oscuro hasta en sus recuerdos, cambió y se
volvió tenso. Ahora no podía abrir los ojos y volver a la realidad; las dos
lunas restantes se habían colado en su mente y querían que volviese a imaginar
lo que había hecho Olbaid, pues la culpaban a ella también.
Así, cada rincón a su alrededor se cubrió de niebla espesa y, es que el día en
que todo ocurrió, la reina había salido con las otras mujeres de Onrete, a
recoger flores de oiril. Las mariposas Arux, encargadas de confeccionar cada
uno de los ropajes de los habitantes, habían hecho una ofrenda a las mujeres
más cercanas a la reina: Unos vestidos verdes iguales al suyo que, a la luz del
sol, tomaban el color favorito de cada una de ellas. Así, cuando el sol
asomaba, podías ver como todas ellas al juntarse parecían ser el más hermoso
arcoiris. Había que parar a los niños que, inocentes, querían arroparse con los
largos mantos que llevaban a juego.
Pero, por supuesto, ese día no salió el sol como habitualmente, lo que preocupó
a todos salvo a la reina y a las mujeres quienes pensaron que simplemente eso
se debía a la impaciencia de los magos por no haberles llevado aún las flores
de oiril. Por ello se apresuraron un poco e hicieron todo lo posible por
acortar el camino, aunque al llegar no había ninguna de las flores esperadas a
encontrar.
En su lugar, el Rey Olbaid se hallaba en el suelo con unos pequeños cortes en
sus hombros. La reina, asustada, alejó a las mujeres y les exigió regresar al
reino para pedir ayuda. Y así hicieron mientras la reina, arrodillada y
envuelta en un mar de lágrimas al ver a su amado en ese estado, intentaba que
éste volviese en sí. Parecía en vano, el rostro de Olbaid estaba pálido como si
fuese una de las mismísimas lunas. Aritnem comenzó a gritar hasta casi quedarse
sin fuerzas. Habían pasado un par de minutos y nadie parecía venir en su ayuda.
Desesperada se acercó al lago Oreset que, por suerte, no estaba a más de unos
metros y suplicó que salvara a Olbaid. Se sentía estúpida, ya que el lago era
lo más inanimado de su mundo; no obstante, algo le dijo que lo hiciera. Un rayo
de luz lunar iluminó la mano de Olbaid, lo que hizo que la reina se alejara del
lago y corriera hacia su amado nuevamente. Era una señal, sin duda. Se secó las
lágrimas y se sorbió un par de veces la nariz, mientras con delicadeza y como
si tocase un frágil colibrí [eran los seres más valiosos de Onrete, por su
dulzura, su calma y su vitalidad] abría la mano de Olbaid. Agarró el pequeño
pergamino que portaba y lo abrió, nuevamente intentando no llorar, cosa que no
podía evitar al ver que Olbaid seguía inmóvil. Le dio un poco la espalda para
evitar mirarle y poder leer qué era aquello que tenía entre sus manos. Esperaba
encontrarse con una carta o una razón qué pudiese explicarle qué había pasado,
pero frunció el ceño al darse cuenta de que eran letras extrañas e
ininteligibles las que componían cada una de las palabras de ese escrito.
Confundida y nerviosa, se lo guardó en un bolsillo de su vestido verde y se
levantó del suelo para ir corriendo a casa de los magos que vivían en medio del
bosque de Onrete. Ellos sabrían algo sin duda y eran los únicos que podían
ayudarla, pero no podía dejar allí a Olbaid, por lo que intentó idear algo para
llevarlo consigo.
Cual fue su sorpresa al mirar un poco a su espalda y recibir un golpe en la
sien.
Cuando despertó, su supuesto marido, estaba mirándola con una sonrisa en sus
labios. Ahí se dio cuenta de que el golpe había sido propiciado por él y que,
por el color de sus ojos, algo no iba bien. Aterrada por cuál sería la
respuesta, con una voz temblorosa y partida, le preguntó: ‘’¿Qué ocurre, amor
mío? ¿Por qué me has hecho esto?’’
Mirándola él, con una voz perversa y un timbre fuera de lo habitual, le
respondió: ‘’No soy Olbaid.’’
La reina, llevándose la mano a la sien por el dolor que sentía, intentó
levantarse, lo cual fue en vano pues el supuesto Olbaid se apresuró a agarrarle
los hombros y pedirle que siguiese sentada, que no iba a conseguir más que
empeorar su estado.
No supo bien por qué, pero le hizo caso.
–Aritnem –dijo un timbre de voz conocido proveniente de él– intentaré contarte
bien todo, sólo tengo un par de minutos –continuó diciendo preso del dolor por
luchar contra aquél que estaba en su cuerpo.
–¡Olbaid! –dijo temblando mientras las lágrimas le caían. Intentó abrazarle,
pero él no dejó que se levantara y se alejó aún más de ella.
– elracilpxe emajèd, rovaf rop –dijo en un susurro para sí mismo y bajo la
atenta mirada de Aritnem que no entendía qué decía. Durante unos segundos se
retorció de dolor, recomponiéndose después con grandes gotas de sudor en su
frente y recuperando el color de su rostro y ojos.– Aritnem, no tengo mucho
tiempo. Escúchame atentamente– dijo a modo de súplica.
>> Yo no voy a poder estar a tu lado, al menos no en cuerpo. Tendremos
que despedirnos ya. Lo siento mucho, pequeña.
Tuvo que aguantar las ganas de llorar.
>> ¿Recuerdas esa leyenda de Onrete y el pergamino en el lago de Oreset?
Es cierta. Existía y la inmortalidad también, pero no es bueno. Me dejé llevar
por mi deseo de vivir eternamente y entregué todo aquello que podía significar
algo para mí. Sí, Aritnem, me vas a odiar al saber esto, pero siento que es
mejor contártelo a que vivas en el engaño como todos. Él va a saber que lo
sabes, me está coaccionando para que no lo haga, pero ya da igual. No vas a
estar más en peligro sabiéndolo.
Pegó un grito.
>> El mundo de Onrete está completamente maldito. Cualquiera que nazca a
partir de ahora, sólo va a vivir durante catorce días, días que dedicará a las
labores habituales: Conseguir minerales para las lunas y hacerles ofrendas,
pero en realidad no serán para ellas, sino para Dadlam, la tercer luna que está
ocupando mi cuerpo –volvió a retorcerse.– Aritnem, debes saber también
que las flores de oiril ya no se llevarán a los magos, pues les pedí que se
quedaran en su bosque y ni aparecieran fuera de él a no ser que quisieran
morir. Y lo que más te va a doler, la oscuridad nunca se irá. No volverá a
salir el sol. No volverán a ver ninguno de los habitantes de Onrete salvo tú y
los magos, quienes mientras estén fuera, podrán. No sabía que todo esto iba a
ocurrir. Perdóname, por favor.
Entre lágrimas, Aritnem, consiguió fuerzas suficientes para levantarse del
suelo, aún cubriendo la sien con sus manos.
— Nunca te perdonaré, Olbaid. Has hecho que todos vivamos en una maldición. Has
matado a nuestros amigos, a nuestra gente… por tu estúpida inmortalidad que ni
siquiera existe. Te mereces que Dadlam te haya engañado.
Tras estas duras palabras de Aritnem y una íntima conversación entre ellos,
Dadlam volvió a irrumpir en el cuerpo de Olbaid y, justo en ese momento, la
reina pudo observar cómo la esencia de Olbaid se desvanecía. Unos ojos grises
volvieron a mirarla con dureza, acompañados de una sonrisa igual de perversa
que la primera.
— Ahora que sabes la verdad, te advierto que no podrás acabar conmigo. Al igual
que he conseguido que, cada ser que nazca, viva solamente catorce días y haga
lo que he decidido que hagan, podría con un simple chasquido de dedos, eliminar
cualquier rastro de vestigio de Onrete –dijo sin ningún ápice de
culpabilidad.
Dadlam
siempre había sido la luna más incomprendida de las tres. Según otra de las
leyendas de Onrete, nunca había debido existir, por eso hizo todo lo posible
por crear una maldición y esconderla en el fondo del lago de Oreset. Al
fomentar su odio hacia los onretaños, se hizo más poderosa que las otras dos
(Zul y Aunegni) y pudo, con un poco de insistencia, persistir para que alguno
de los habitantes de Onrete encontrara el pergamino y, así, engañarle
prometiéndole una inmortalidad que no existía realmente. Costó mucho trabajo y
varios intentos, pues muchos enterados intentaron conseguirlo, sin ningún éxito
ya que Dadlam sólo esperaba al adecuado: Alguien lo suficientemente influyente
en Onrete, del que nadie sospechara y al que todos quisieran. Quién mejor que
el pequeño Olbaid, que aspiraba a ser rey.
Con un grito ahogado, volvió en sí. Le costó trabajo darse cuenta de que ya no
estaba en el recuerdo aterrador de ese día, sino que estaba parada frente a la
puerta de su alcoba, teniendo a su espalda a Olbaid, o más bien a Dadlam,
plácidamente dormido en la cama.
Corriendo y aún con el mal cuerpo que le había producido revivir ese día aunque
hubiese sido en recuerdos, salió del castillo con la tranquilidad amarga de que
nadie la vería, pues desgraciadamente era una de las cosas más duras que había
conseguido Dadlam con su maldición.
Se adentró en el bosque, sin ninguna intención en concreto, únicamente porque
allí podría gritar sin que nadie la oyera. Y eso hizo. Por un momento dejó que
el aire de sus pulmones se fuera hasta casi dejarla sin respiración. Odiaba su
vida ahora mismo; odiaba mirar hacia todos lados y ver una completa oscuridad
sin ningún rastro de vida. Quería volver a sentir el latir de los colibrís; el
crecimiento de árboles y césped bajo sus pies; el sol quemándole la piel; los
largos paseos con todas las demás mujeres que lamentablemente, junto con los
demás onretaños, ahora yacían en una montaña de polvo que era usado para el
betún aromático que utilizaba Dadlam para sobrevivir. Quería volver a ver
mariposas Arux revoloteando por el cielo llenándolo todo de vida y hermosura,
pero sabía que eso no iba a ocurrir. Nadie iba a poder vencer a Dadlam y era en
vano si quiera pensarlo.
Tranquilizándose y dispuesta a volver al castillo a seguir con su fingida vida,
sintió que algo se movía tras los oscuros arbustos del bosque. Dudó en
acercarse, pero lo hizo. No tenía miedo a encontrarse con algo que acabara con
su vida, sentía que sería hasta un favor si ocurriera. Así que, corriendo, fue
directa a ver qué se hallaba ahí detrás. Su rostro se iluminó por una luz
cegadora proveniente de una pequeña cabaña rosada, llena de flores de oiril y
Arux revoloteando a su alrededor. Una luz simulando al propio sol, iluminaba el
centro de la cabaña.
— ¡Los magos! –sonrió como una niña Aritnem.– ¡Están aquí! –pero de repente su
alegría se esfumó y recordó que no estaba bien que estuviesen tan cerca del
castillo. Bien era cierto que el trato era que permanecieran en el bosque, pero
desde hacía un par de años, Dadlam había decidido que era un peligro tenerlos
allí y los mandó irse. ¿Qué hacían arriesgando su vida? ¿Por qué habían vuelto?
Tardó poco, demasiado poco en aporrear la puerta de la cabaña. Nadie parecía querer
dar señales de vida. Volvió a insistir, pues sabía que algo había estado
observándola desde uno de los arbustos que tenía a su espalda. Se oyó el sonido
de un candado cayendo al suelo y un brazo saliendo para agarrar con fuerza la
mano de Aritnem y hacerla entrar a su interior.
— ¿Quiere dejar de dar esos golpes, Aritnem? –la riñó una de las ancianas que
estaban en ese momento en el interior de la cabaña.
— Majestad, pase. Tenemos poco tiempo. No sé si me recuerda, soy Oneub. Usted
le entregaba a mi hijo las flores de oiril y coincidimos un par de veces –le
dijo uno de los magos que ella reconocía muy nervioso al verla. Aritnem sonrió
a modo de respuesta.
— Veo que está muy confusa… –reflejó la anciana que parecía tener un don para
hacer sentir pequeño a quien la mirara fijamente a los ojos. Se notaban los
años de sabiduría recorriendo sus venas y encontrándose con su pelo azul.
Costaba trabajo no maravillarse por la luz que irradiaban cada uno de ellos.
Era envidiable cómo la maldición no les había cambiado ni un poco.
Aritnem observó todo a su alrededor. Estaba lleno de cazos burbujeantes y, a
pesar de que los magos de Onrete tenían fama de desordenados, todo parecía estar
en su sitio. Haciendo un recorrido a la cabaña y observando todas las
maravillas que poseían: polvo mágico de hada, pequeñas plumas de lince,
estrellas de Onrete, duendecillos rosados portadores de extraños violines,
semillas de cuenta-cuentos y sus adorables Arux sonriendo; se topó con una cosa
que le era familiar y que, al reconocerla, la hizo palidecer. El pergamino que
había hecho que Olbaid no estuviese a su lado, estaba delante de ella. Quiso
huir de ahí, pero el candado mágicamente se levantó del suelo, como notando sus
intenciones y cerró la puerta. Los magos se acercaron a ella y, con calma, la
alejaron de allí.
Tras echarle agua de Arux por la espalda y la cara, Aritnem decidió que quería
escuchar la razón por la que estaban allí. Se enteró de que, ese día, había un
eclipse lunar que nunca antes se había producido y que era la única oportunidad
para acabar con Dadlam. Durante unas horas lo iba a debilitar y eso, sumado al
betún de sueño que le había untado Aritnem, era la oportunidad perfecta. Los
magos llevaban años estudiando la manera de acabar con la tercera luna. Las dos
otras lunas, Zul y Aunegni, habían ayudado en todo lo que habían podido a los
magos, pues a pesar de estar actuando en contra de su hermano, odiaban no ver
la felicidad radiante en Onrete y no recibir las ofrendas que les correspondían
para estar más que vitales.
Le dijeron a Aritnem que, quizá, podrían devolver a la vida a Olbaid, aunque
los magos sabían en su interior que no iba a ser posible, pues ni siquiera
sabían si iba a funcionar realmente el hechizo para romper la maldición, lo
hicieron para que ella no se negara y pusiese aún más empeño. Sabían que Olbaid
había sido malvado al vender a todos y cada uno de sus súbditos, pero en el
fondo el amor era más fuerte que aquello.
Aritnem aceptó y, tras recibir las instrucciones adecuadas, se dirigió al
castillo dispuesta a acabar con la vida de Dadlam para siempre.
… No pudo recuperar a Olbaid, ni tan siquiera volvieron a la vida todos los
caídos, pero devolvió la paz a Onrete. Devolvió lo que un día les fue quitado y
parecía que nunca iba a recuperar.
Y es que a veces las profecías no son tan claras como pintan, pero es mejor
así.
Onretaños:
Aprovechamos la oportunidad y vencimos.
Por todos los que se sacrificaron.
Por Onrete. Por Eterno.
Bueenas, me gusta mucho como escribes y he decidido nominarte a los Liebster Awards (¡felicidades!) pásate por mi blog para enterarte bien de todo.
ResponderEliminarBesos.