I
—Ey, ¿vas a bajar de las nubes, Celia? –dijo mi madre, que a las
puertas de mi habitación me miraba sin dar crédito a la expresión de mi cara.
—Sí… perdón mamá, estaba pensando –respondí breve, mientras
cambiaba mi expresión y dejaba asomar una sonrisa entre mis labios.
—Hija, últimamente estás muy extraña, –continuó diciendo mientras
dejaba una taza de leche caliente sobre mi escritorio lleno de papeles– me
gustaría que habláramos sobre lo que te ocurre.
—A buenas horas… –dije susurrando.
—¿Has dicho algo? –respondió al segundo.
—No, mamá, pero no me pasa nada. De verdad. No sé porqué motivo
estás tan empeñada en creer que me pasa algo. Estoy perfectamente –sonreí,
aunque realmente no fuera eso lo que quería hacer.
—Celia, soy tu madre y te he parido. ¿Crees que no sé que te
ocurre algo? Pero está bien cariño, no voy a interrogarte. Sólo quiero que sepas
que puedes hablar conmigo –me dijo acariciándome suavemente el pelo.
—Lo sé, mamá, no te preocupes —dije tranquila, aunque por un
momento creí que las lágrimas iban a rodar por mis mejillas.
Por
suerte eso no ocurrió y mi madre salió
de mi cuarto antes de que, el dolor, hiciese de las suyas. Odiaba esta situación.
No soportaba pasarme horas, encerrada en mi cuarto, con recuerdos que sólo
provocaban un llanto sin consuelo.
Leo tenía razón. Al final su
amor sí que resultó ser un gran infierno.
. . . Un tiempo atrás . . .
—Leo, no sé cómo te puede gustar tanto
venir a ver estos partidos de fútbol. Además de caros, es una pérdida de
tiempo. Pagar por ver a unos hombres corriendo detrás de una pelota –dije resoplando.
Me aburría venir aquí, pero lo hacía para poder pasar tiempo con él.
—Celia,
¿te he dicho alguna vez lo quejica que eres? –soltó una carcajada, sin quitar
la vista del campo de fútbol– Sé que no te apasiona
venir, pero es sólo una vez cada tres meses.
—Leo, no me estoy quejando, es sólo que no lo entiend –ni pude
terminar la frase. El gol del Barcelona (equipo favorito del tonto de Leo) hizo
estallar las gradas en una gran ovación, seguida de miles de aplausos y gritos
de felicidad. Yo sólo podía pensar en una cosa: Ganaran o no, me esperaba un
viajecito de vuelta a casa lleno de grandes adjetivos destinados al equipo.
No me quedaba
otra que aguantar ahí los 80 minutos que quedaban. Así que, suspiré e intenté
disfrutar del partido. Aunque más que mirar al campo, me pasaba el tiempo mirándole
a él.
—Leo, ¿puedo decirte algo sin que te moleste? –le dije sin esperar
a que me contestara– ¿Puedes dejar de hablar del partido? ¡He estado allí! En
serio, cuando llegues a casa si quieres se lo cuentas a Raúl, que estará
encantado de escucharte.
—Celia, mi hermano Raúl tiene 4 años. No me va a entender –dijo un
tanto desilusionado.
—Y no sabe la suerte que tiene… –contesté por lo bajo.
—Te he oído –dijo y en su cara apareció una sonrisa malvada.
—Leo, si estás pensando en lo que creo que estás pensando, no eh.
Otra vez no. Por favor –dije queriendo salir corriendo.
Pero ya era
demasiado tarde. Me había cogido cual saco de patatas y había comenzado a
andar, mientras yo gritaba, pataleaba y reía con desesperación.
—A ver, a ver… ¿Qué fuente podemos elegir hoy? –decía mientras
caminaba conmigo a cuestas– Celia, ¿tú qué opinas?
—Opino que podrías dejarme bajar… me estoy mareando –dije intentando
sonar arrepentida.
—Es una buena idea, podría dejarte bajar o también…
— ¡NO, LEO! –grité, pero ya era demasiado tarde. Me había tirado a misma fuente que la última vez.
— ¡CELIA! No es hora de bañarse, sal de ahí –gritó estando a varios
metros, riendo a carcajadas.
— Menos mal que la fuente es profunda, ¡podría haberme roto algo
por el contrario! –respondí totalmente indignada, al mismo tiempo que salía de
la fuente cruzada de brazos.
— Tranquila, si hubiese sido poco profunda no te habría tirado…
— ¿Ah no?
— No, habría ido hasta el lago que está enfrente de tu casa y, una
vez allí, habría dejado que volaras —comenzó a correr.
—
Leonardo Martínez, ¡ya puedes empezar a correr! –le
dije mirándole enfadada y corriendo hacia él.
Pero para mi sorpresa no corrió.
Me recibió con los brazos abiertos. Brazos que no pude esquivar, porque iba corriendo y no pude frenar a tiempo. Brazos que, al chocarme contra él, me envolvieron y
eliminaron todo signo de enfado. Brazos que, en segundos, le devolvieron el
calor a mi cuerpo. Cuerpo que, si recordamos, estaba empapado por la caída a la
fuente.
— Tonta,
estás helada… –dijo frotando mis brazos con sus
manos.
— Claro, es que la culpa ha sido mía… –dije irónicamente.
Se separó de mí, y el frío volvió a mi cuerpo. Sacó de su mochila
una toalla, lo bastante grande como para envolverme en ella. ‘’Capullo’’, pensé.
Lo tenía todo planeado. Sabía que iba a tener razones para tirarme a la fuente,
como en ocasiones anteriores.
Nuestras
miradas se cruzaron y entendió que me había dado cuenta de que todo era uno de
sus planes, pues una sonrisa volvió a iluminar su cara.
Cogí la toalla y me tapé con ella. Tenía ganas de matarle, pero no
sabía realmente si esas ganas eran porque me había tirado a la fuente, o
simplemente porque me había dejado de abrazar.
Vale. Era
porque me había dejado de abrazar.
— Celia –dijo mirándome fijamente. Odiaba cuando ponía esa voz serena y
dulce. Me podía. Era como si un ángel hablara. Conseguía que te evadieras. Que
lo olvidaras todo. Que, simplemente, tuvieras ganas de seguir escuchándole el
resto de tu vida.
— Di-dime –respondí recobrando la compostura.
— ¿Nunca te ha pasado eso de que quieres con fuerza a alguien, pero esa
misma fuerza consigue que te alejes de esa persona porque sabes que puedes hacerle daño?
— La verdad es que no, nunca me ha pasado —le contesté
desconcertada.
— Ya, bueno, el caso es que… —apartó su mirada, que se quedó fija a lo lejos— El caso es que...— Su voz sonaba nerviosa y estuvo
callado durante unos minutos, al final dejó de hablar y comenzó a andar dándome
la espalda.
— ¿Leo? ¿Pero dónde vas? Termina de hablar —le dije siguiéndole.
— Me voy a casa. Lo siento, mañana nos vemos —dijo lo bastante alto
para que le escuchara, pero sin girarse siquiera a mirarme. Me paré en seco,
incrédula.
¿Qué le
pasaba ahora?, pensé.
Estaba claro que no quería hablar conmigo, si no se habría quedado
y me habría acompañado a casa. ¿Le habría molestado mi enfado de broma?
Al rato, y sin poder dejar de tiritar, opté por ir corriendo a
casa. No quería enfermar.
De todos
modos, lo que yo no sabía es que, a pocos metros de donde estábamos antes de
irnos, su madre Julia nos observaba con una mirada que parecía estar envuelta
en llamas.
Muero de amor. Skhgjdsk *----*
ResponderEliminarMe encanta,quiero mas.
Seguramente te lo dirán mucho,pero escribes genial,sigue así. Dentro de unos años ya me veo entrando en las librerías en busca de tus libros.
Un beso,cielo :3
Me alegra muchísimo que te haya gustado. Pronto habrá más, seguramente mañana *-* Intentaré subir cada día uno, pero tienes que perdonarme si algún día no puedo, porque estoy en Segundo de Bachillerato y (seguramente sabes) hay demasiados exámenes de seguido.
EliminarJo, siempre saca una sonrisa leer que alguien te diga que escribes genial, aunque no creo que sea para tanto. Tengo mucho que mejorar aún.
Aunque sí, un sueño que tengo es publicar algo más adelante.
¡Muchísimas gracias, de verdad!
Un besazo <3
Yo también estoy en segundo así que lo entiendo :3
EliminarEstaré esperando los siguientes capítulos. Creo que me voy a enamorar de Leo *--*
No se dan,en serio,eres muy buena :3