II
Llegué con las pulsaciones a mil por hora. No sabía que estaba en
tan baja forma.
Aunque quizás tanta agitación se debía a que mi casa estaba más
lejos de lo que creía y habría que sumarle el desconcierto y preocupación por
la despedida tan fría de Leo. Y es que, realmente, ¿qué era lo que sabía de él?
Mi mente
rápidamente hizo uso de todos sus recuerdos.
Desde Septiembre, mes en el que lo conocí, habían pasado cuatro
meses, intensos.
Recuerdo
perfectamente ese día como si hubiese sido ayer mismo…
—Celia, ¿para qué necesitas tantísimo tiempo el baño? —dijo mi padre mientras aporreaba
la puerta.
—¿Y para qué tienes tu baño, papá? ¿No escuchas que me estoy
secando el pelo? Necesito mi tiempo —respondí malhumorada.
—Mi baño está ocupado. Tu madre está bañando a tu hermana. ¿Puedes
salir, por favor? Y deja tu mal humor a un lado —volvió a insistir, golpeando la puerta de nuevo. Resoplé y abrí, ante su insistencia.
—¡Qué suplicio! —contesté mientras salía— Ni los buenos
días, dais en esta casa. Sólo gritos y más gritos.
—Buenos días —dijeron mis padres a coro, respondiendo a mis palabras de queja.
—Nos días —les siguió mi hermanita Alicia.
No pude
evitar reír. El mal humor no me duró ni cinco minutos. Familia gritona, pero la
mejor familia existente. Eso sí.