Durante los siguientes días, la chica estuvo evitando
a su amigo, no le apetecía ver como le restregaba su maravilloso globo. La
última vez se contuvo, pero quiso darle un puñetazo en la nariz a Jonas para
que dejase de hablar del dichoso globo.
Poco después, un día de otoño que pintaba ser como
todos los demás, ambos se encontraron en esas ruinas del bosque donde
solían pasar grandes momentos juntos. Aunque para entonces, por esos días que
habían pasado evitándose, todo se había vuelto diferente.
Erika estaba sobre uno de los arcos que aún se
mantenían en pie; desde bien pequeña le gustaba subirse ahí y mirar las
diferentes formas de las nubes.
Con su globo atado en la muñeca y despreocupado, Jonas
llegó al lugar. Se quedó paralizado, no esperaba ver a su amiga allí. Estuvo
unos minutos observándola desde lejos; segundos cruciales para que se diera
cuenta de la distancia que había entre ellos aún estando a pocos metros. Quería
hablar con ella, pero no sabía cómo.